Covadonga, el origen de la leyenda
En el siglo III a. C., en una playa de la costa layetana, Edecán descubre el cofre escribanía del filósofo griego Demócrito, que contiene unos pergaminos en los que está la clave de la supervivencia ante los invasores. Tras una vida llena de vicisitudes y fracasos ante los romanos, termina ocultando sus memorias en el mismo cofre, depositándolo en una recóndita cueva de las montañas astures.
Casi mil años después, Orisón y Pelayo llegan a la cueva Dominica en su huida de la debacle de Amaya ante los bereberes. Allí, el ermitaño Zoido les habla de los escritos de Edecán, y terminan por convencerse de ser los destinatarios últimos del mensaje de Demócrito.
«Covadonga, el origen de la leyenda» afronta el reto de repasar la historia de la península en dos de sus momentos clave: la invasión romana y la musulmana, con un estilo ameno que facilita que el lector se sumerja en tiempos lejanos de los que apenas existen datos en las fuentes históricas.
La historia es un rio que fluye sin cesar. «Covadonga, el origen de la leyenda» plantea una hipotética conexión entre el mundo íbero prerromano y el final del reino visigodo a manos de los bereberes. Los orígenes de la península ibérica desde un punto de vista novedoso, conectando dos escenarios fundamentales para entender el devenir de la historia, a través de la visión de un íbero layetano y de un viticultor oretano separados por mil años de vicisitudes e invasiones.

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EL LIBRO DE EDECÁN
XIX. Cueva Dominica, Asturias, hacia 175 a. C.
Mi mundo se está extinguiendo.
Todo cuanto conocí, mi idioma, mi cultura, mis creencias, hasta nuestra historia, está siendo engullido por las enormes fauces de la insaciable loba romana. No dejarán piedra sobre piedra ni vestigio alguno de nuestro paso por estas tierras. Este, entre otros, es el motivo de que esté ahora en esta cueva, dispuesto a ocultar mi testimonio.
El sol empieza a descender por poniente; proyecta las sombras de los picos que me rodean sobre el valle que separa estas montañas del mar. La panorámica es sobrecogedora. Es como si el salvaje mar tenebroso quisiera inundar la tierra de los cántabros y los astures, e Iberia, en previsión, haya colocado estos colosales montes como barrera de contención.
La paz me envuelve; la magnificencia del escenario y el silencio me permiten reflexionar. Escribo estas líneas en una recóndita y magnífica cueva de las remotas montañas astures, lejos de los invasores romanos, desde la perspectiva que otorgan la vejez y la experiencia y por la necesidad de trasladar a las generaciones futuras el legado que llegó a mis manos un lejano día de mi infancia.
Mi nombre es Edecán, hijo de Ergón, un pescador layetano, aunque me considero sedetano de adopción, y mi vida dio un vuelco cuando, siendo niños, mi hermana y yo encontramos un cofre en la playa, semienterrado en la arena.
Se trataba del cofre escribanía de Demócrito. El escrito que contiene, que hace hincapié en la fuerza de la unión de los pueblos ante los invasores y en el poder de la fe en un único dios, llegó a mi familia por casualidad, aunque para mi supuso un punto de inflexión, como más tarde contaré. Si no lo hubiéramos encontrado, muy probablemente yo habría seguido los pasos de mi padre, y me habría convertido en un humilde pescador analfabeto.
Me ha acompañado durante toda mi larga vida. Cuando no ha estado conmigo, lo he dejado en buenas manos para recuperarlo después. Pero, a medida que pasaban los años, más convencido estaba de que yo no era el destinatario del relato, tan solo su guardián para asegurar que llegue a las manos adecuadas en el momento preciso.
Durante mi juventud y gran parte de mi vida adulta, estuve seguro de que, de alguna manera, mis antepasados o la Gran Madre Tierra me habían elegido para capitanear la unión de los íberos contra los invasores, primero los cartagineses y luego los romanos. Pero los años me demostraron cuán equivocado estaba; ningún íbero hubiera podido acometer tamaña empresa, ya que cada uno de los numerosos pueblos que habitaban Iberia luchaba según sus conveniencias puntuales, sin tener en cuenta el interés general. Hasta el punto de encontrarnos frente a frente en el campo de batalla, ya que muchos pueblos pactaban alianzas con unos u otros. Si hubiéramos conseguido unificar nuestras fuerzas, con total seguridad ni los púnicos de Aníbal y sus elefantes ni los romanos de Escipión y sus legiones hubieran podido dominarnos.
Ahora ya es tarde. Los romanos, tras expulsar a los cartagineses, se han establecido en gran parte de la península, aunque siguen enzarzados en sangrientas batallas contra las tribus del centro y poniente. Pero no me cabe la menor duda de que acabarán por conseguir su objetivo de convertir nuestras tierras en una parte más de sus dominios. Y lo digo con conocimiento de causa, ya que he luchado contra sus legiones en dos ocasiones, he disfrutado del privilegio de vivir en Roma, la ciudad más maravillosa que se pueda imaginar, y he visto el futuro en los muros de sus templos y en las piedras de sus calles.
Tan convencido estoy de que la civilización romana terminará por expandirse e imponerse en todas partes que he dejado por una vez mi querido griego de lado y escribo estas líneas en latín, para que tú, que has encontrado el cofre y estás enfrascado en la lectura de este manuscrito, puedas entenderlo sin problemas.
Este relato resume mi relación de amor y odio con Roma. Amor y admiración por sus avances arquitectónicos y tecnológicos, por su lengua y su cultura e incluso por su capacidad política y administrativa. Odio y repulsa por su expansionismo, su capacidad de absorber y aniquilar otras culturas y por la crueldad de sus legiones y generales.
También verás que narro muchos hechos que han llegado a mis oídos por diferentes vías, a pesar de no haberlos vivido. Pero, por su relevancia, he decidido incluirlos en la historia, narrarlos como si yo los hubiera presenciado, con el objetivo de hacer más vívido el relato.
Quizás el destino que me asignó la Gran Madre era salvaguardar el escrito de Demócrito para que llagara a las manos de quien, en un futuro incierto, tenga la misión de unificar estas tierras que tanto amo y de expulsar a los invasores de turno. Quizás seas tú el destinatario del mensaje del filósofo griego. Al terminar esta introducción, guardaré el relato en el cofre junto a los pergaminos de Demócrito y lo sepultaré en el interior de la cueva, con la esperanza de que la diosa Deva lo proteja y de que, quien lo descubra, algún día, quizás dentro de mil años, pueda tomarlo como inspiración.
Sea como sea, esta es mi historia.
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Arturo Guinovart nació en Barcelona en 1964. Tras estudiar Derecho en la UB y toda una vida en el mundo de las subastas de arte y antigüedades, en 2020 inició una fructífera carrera literaria. Autor de cuatro novelas de género negro-policíaco escritas en catalán y dos más en castellano, una de ciencia ficción y otra de aventuras, con «Covadonga» inicia su singladura en la novela histórica en castellano.
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